domingo, marzo 21, 2004

Hoy Manuel Castells explica en La Vanguardia lo que yo intentaba explicar en mi artículo del otro día en The Feature. Manuel sigue fino.

Movil-ización política
SE EMPIEZAN a entender los extraordinarios efectos políticos que puede tener la construcción de redes de comunicación autónomas

MANUEL CASTELLS - 20/03/2004 LA VANGUARDIA

Los acontecimientos del fin de semana del 14 de marzo en España, marcado por la victoria electoral del partido socialista, quedarán en los anales de la comunicación política. Creo útil recordar la secuencia de los hechos antes de analizar su significación. Una semana antes de las elecciones, el sondeo de Noxa para “La Vanguardia” apuntaba hacia una situación de empate técnico entre los dos grandes partidos. Tres días después, los sondeos internos del partido socialista situaban al PSOE con una ventaja de entre 2 y 4 puntos sobre el PP. Por tanto, Zapatero tiene razón cuando señala el deseo de cambio político en el país como causa fundamental del giro electoral. Pero la amplitud de la victoria del PSOE sí parece estar relacionada con la movilización ciudadana durante el fin de semana. Y esa movilización fue absolutamente espontánea y protagonizada por jóvenes. Fueron manifestaciones convocadas mediante mensajes por teléfonos móviles y, en menor medida, por internet. Y el manejo de SMS es una práctica habitual entre los menores de 30 años, menos difundida en el resto.

El sábado 13 el tráfico de mensajería móvil aumentó en un 20% y el domingo en un 40%. Es plausible que esa movilización influyera en los dos millones de nuevos votantes que generalmente se abstienen más que sus mayores, y que esta vez participaron activamente en las elecciones con un objetivo claro: derrotar al PP. Eso gritaban los manifestantes en la calle Génova de Madrid: “Mañana votamos, mañana os echamos”. Y lo hicieron, votando “útil”, es decir, socialista, pese al poco entusiasmo que la mayoría de los jóvenes tiene por un partido que aún los tiene que convencer de que es capaz de cambiar con la sociedad. Los jóvenes, y otros menos jóvenes, reaccionaron contra la realidad de una guerra a la que se opuso la inmensa mayoría y que ahora ha llegado a nuestra casa. “Vuestra guerra, nuestros muertos”, le decían al PP. Pero también, y sobre todo, protestaban contra la manipulación informativa del Gobierno, que intentó suprimir información y aseverar la autoría de ETA por lo menos hasta “el día después”, confiando en sacar renta electoral.

Cuando algunos medios de información, en particular la Ser y “La Vanguardia”, consiguieron romper la desinformación (escandalosa en el caso de TVE) y plantearon la hipótesis islámica, la indignación se hizo clamor: “¡¡¡Mentirosos!!!”, decían miles y miles de ciudadanos entre el estruendo de las cacerolas de protesta. Ha sido, pues, una protesta ética, contra la política del miedo y la mentira, al tiempo que la continuación del gran movimiento pacifista despreciado por Aznar en su momento. Pero sin la capacidad autónoma de comunicación instantánea que proporcionan los móviles e internet, esa indignación generalizada no se hubiera traducido en movimiento colectivo, en ocupación del espacio público, sin esperar a consignas de nadie. Ahora se empiezan a entender los extraordinarios efectos políticos que puede tener la construcción de redes de comunicación autónomas.

Las consecuencias de esta movilización y de la elección de Zapatero como presidente del Gobierno son profundas. Primero, en la forma de hacer política. Creo que Zapatero ha entendido ese mensaje de regeneración de la política. Pero debe saber que los ciudadanos, y los jóvenes más que los demás, estarán atentos al cumplimiento de la palabra dada. Por eso, ha mantenido la promesa electoral de retirar nuestras tropas de Iraq mientras se mantenga una ocupación militar al margen de la autoridad de las Naciones Unidas. Esa decisión golpea la línea de flotación de la coalición política en torno a Bush. Porque, en cierto modo, concuerda con la argumentación de Kerry: para combatir eficazmente al terrorismo hay que actuar multilateralmente y contando con la legitimidad de las Naciones Unidas. La derrota de Aznar puede prefigurar la de Bush.

Esta política no es una rendición frente al terrorismo, sino la aceptación democrática del deseo de los ciudadanos a quienes se deben los gobernantes. La gran mentira es la asimilación entre terrorismo islámico y guerra y ocupación de Iraq. Se sabe desde hace tiempo que Al Qaeda no tenía conexión con Saddam y que Saddam ya no tenía armas de destrucción masiva. Y que la guerra de Iraq, y subsiguiente ocupación, se debe a la voluntad de dominación geopolítica en una zona clave del mundo, asegurando de paso el control del petróleo iraquí. Por tanto, la guerra de Iraq ha perjudicado la lucha contra el terrorismo islámico, porque ha alimentado la hostilidad a Occidente en los países musulmanes, proporcionando caldo de cultivo para la reconstrucción de las redes fundamentalistas. Salir de Iraq no es ceder al chantaje del terror, sino evitar caer en la trampa de Bin Laden. La trampa que consiste en identificar su lucha a la lucha de todos los musulmanes humillados por Occidente. Lo esencial es desligar Iraq de Al Qaeda para concentrarse en destruir las redes terroristas islámicas y establecer políticas de cooperación y diálogo con los países musulmanes, privando al terrorismo de bases de recomposición.

Si en los próximos meses las posiciones dialogantes francesa y alemana ganan terreno en Europa y Kerry restablece el respeto de Estados Unidos a la legalidad internacional, la historia recordará que el detonante de ese proceso fue la elección de Zapatero. Una elección marcada por la movil-ización autónoma de la gente contra la mentira como forma de gobernar. Una mentira que se hizo insoportable cuando se mezcló con nuestros muertos.