Educación (II): La educación en el tercer mundo: ¿la visión de un neoliberal?
Yo no entiendo a Xavier Sala Martín. ¿Cómo un estandarte del neoliberalismo y un abanderado del anti-keynesianismo (mirar su imprescindible web) puede escribir este artículo? O yo no entiendo lo que dice o hay alguna cosa que me pierdo... Porque lo que propone este hombre en este artículo es keynesianismo puro, ¿o no?
Mirad esta frase que introduce la justificación de ayudar económicamente en la ong Umbele:
"(...) en 1997, el presidente (y economista) Ernesto Zedillo observó
que los estados más pobres de ese país sufrían un problema similar al
que he descrito para África e introdujo un inteligente programa
llamado Progresa, a través del cual se pagaba dinero a las familias
pobres a cambio de que los niños fueran al colegio. Al no perder el
salario de los menores, pensó Zedillo, los incentivos a escolarizar
aumentaban."
Ah, y que conste, que yo estoy totalmente de acuerdo con esta vertiente del amigo Xavier!!
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Un salario para estudiar
CÓMO CAMBIARÁ LA vida de una sola de esas niñas si, en vez de ir a la
fábrica, al campo o al prostíbulo, le damos la posibilidad de ir a la
escuela
XAVIER SALA I MARTÍN - 17/12/2004 La Vanguardia
Dentro de poco empezará el curso escolar en el hemisferio sur.
Lamentablemente, millones de niños de Tanzania, Mozambique, Angola,
Lesotho, Malaui, Madagascar o Suazilandia no sentirán aquella
sensación especial que sentíamos nosotros en la víspera del primer día
de clase, ansiosos por estrenar carpesano, plumier y bata y por saber
quién sería nuestro nuevo profesor. Y es que unos 75 millones de niños
africanos no van a ir al colegio este año porque sus familias no se lo
pueden permitir. El tema es grave, porque un país no se puede
desarrollar sin una ciudadanía educada. Es más, las niñas sin
escolarización tienen más hijos y éstos gozan de peor salud y mueren
antes de los cinco años con mayor probabilidad. La educación, pues,
tiene importantes beneficios económicos, sociales y de salud pública.
El principal problema es que ir al colegio en África es muy caro. Por
un lado, en muchos países se tiene que pagar matrícula. En Tanzania,
por ejemplo, ésta es de unos 10.000 chelines tanzanos (unos 10 dólares
por curso). Por otro lado, hay que comprar uniformes (17$), libros
(5$) y transporte (3$). El coste total por niño es, pues, sólo de unos
35 dólares anuales, una cantidad no muy elevada para nosotros, pero
toda una fortuna para los ciudadanos de Tanzania, cuya renta per
capita es de ¡240 dólares!
Esto, aun siendo una barrera importante, no es la más grande. Lo peor
es que las familias más pobres -sobre todo las que viven en las zonas
rurales- no pueden sobrevivir sin el salario del trabajo infantil. El
coste de oportunidad de ir al colegio -es decir, el dinero que el niño
deja de ingresar si va a la escuela en lugar de a trabajar- es más
prohibitivo que los 35 dólares de gastos directos.
¿Cómo se arregla esta situación? Encontramos una posible pista en
México: en 1997, el presidente (y economista) Ernesto Zedillo observó
que los estados más pobres de ese país sufrían un problema similar al
que he descrito para África e introdujo un inteligente programa
llamado Progresa, a través del cual se pagaba dinero a las familias
pobres a cambio de que los niños fueran al colegio. Al no perder el
salario de los menores, pensó Zedillo, los incentivos a escolarizar
aumentaban.
Han pasado siete años y el programa -rebautizado por Vicente Fox con
el nombre de Oportunidades- llega ya a 5 millones de familias
mexicanas. Progresa/Oportunidades ha sido catalogado por los expertos
como un éxito espectacular. No sólo ha sido alabado por instituciones
internacionales -la Unicef hace especial mención en su Estado de la
infancia en el mundo 2005-, sino que ha sido copiado, entre otros, por
los gobiernos de Bangladesh, Pakistán, Chile, Colombia, Brasil,
Nicaragua y Honduras.
Implementar algo similar en África tiene un problema: se necesita un
dinero que los gobiernos de ese continente no tienen. Por este motivo,
la Fundación Umbele (www.umbele.org) acaba de lanzar un programa que
intenta hacer algo parecido a través de la iniciativa privada.
Como ya expliqué en estas páginas el 17 de septiembre pasado, Umbele
recauda dinero entre ciudadanos de países ricos (es decir...
¡ustedes!) y lo envía a África sin perder ni un euro por el camino.
Para conseguirlo, Umbele se sirve de una red de personas que ya están
trabajando en África: nuestros misioneros. Pues bien, el nuevo
programa aprovecha esa infraestructura y paga a las familias africanas
un salario para que los niños acudan a la escuela. Los misioneros
deben garantizar que los niños efectivamente van al colegio antes de
cobrar, cosa que ellos pueden comprobar con facilidad, ya que
normalmente trabajan en escuelas (por cierto, dado que Umbele no es
una fundación religiosa, se comprometen a no utilizar el dinero con
finalidades evangelizadoras).
Con este programa, no sólo se suplementan los ingresos de las familias
más pobres, sino que, al mismo tiempo, se proporcionan los incentivos
para que los menores no abandonen la escuela para ir a trabajar. En la
medida de lo posible, el programa intenta beneficiar a mujeres y
niñas. Primero, porque las niñas son las primeras que abandonan la
escuela para buscar trabajo. Segundo porque, como ya he dicho, la
educación femenina tiene beneficios sociales adicionales en el campo
de la salud. Y tercero, porque dando una fuente adicional de ingreso a
las mujeres, se fortalece su posición en la familia y dentro de la
comunidad.
El trabajo infantil es un fenómeno que produce -y debe producir-
rechazo en los países ricos. Pero el simple boicot a las
multinacionales tiende a generar resultados contraproducentes. A todos
los que odian ver a menores trabajando Umbele les proporciona un
mecanismo para contribuir a solventar el problema: ¡envíen dinero para
que, en lugar de trabajar, los niños puedan sobrevivir yendo a la
escuela!
Sí. Ya lo sé. Para hacer que sigan estudiando los 75 millones de niños
y niñas que este febrero no van a regresar al colegio, se va a
necesitar mucho más de lo que ustedes, yo, la Fundación Umbele o todas
las ONG del mundo podemos contribuir. Pero eso no es una excusa para
no hacer nada. Piensen en cómo cambiará la vida de una sola (¡una
sola!) de esas niñas si, en vez de ir a la fábrica, al campo, al
prostíbulo o a buscar comida en los vertederos de basura, le damos la
posibilidad ir a la escuela. Y mientras lo piensan, recuerden que,
para ella, quizá esta sea la última oportunidad para salir del pozo,
la oportunidad que brinda... un salario para estudiar.
X. SALA I MARTÍN, de la Fundació Umbele, la Columbia University y la
UPF www.columbia.edu/%7exs23
por Oriol Lloret Albert
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