viernes, mayo 21, 2004

por Oriol Lloret Albert

Artículo interesante sobre el valor de las personas en las organizaciones.

Contra la cultura de la eficacia

Autor/es: Josep Maria Rosanas
Editor: Granica
Documento original: Cómo destrozar la propia empresa y creerse maravilloso
Año: 2004
Idioma: Castellano

Si un arquitecto o un médico actúan de forma incompetente afectando a terceras personas (una casa que se derrumba o un enfermo que muere sin una razón humanamente inevitable), se les puede perseguir judicialmente. En cambio, a un directivo de empresa que tenga una actuación claramente negligente, no es posible perseguirle, a menos que haya violado además alguna ley (estafa, apropiación indebida, etc.). Y es que la profesión de la dirección de empresas, a diferencia de otras mejor "establecidas" o con una base más sólida, no tiene un cuerpo de doctrina comúnmente aceptado, lo que conduce, muchas veces, a la destrucción de las empresas. Así lo cree el profesor del IESE Josep Maria Rosanas, para quien lo más grave de este fenómeno es que afecta a numerosas personas que de alguna manera tienen que ver con la institución (los denominados stakeholders), limitando sus emolumentos, dificultando su desarrollo personal o, sencillamente, haciéndoles la vida más desagradable.

En su libro "Cómo destrozar la propia empresa y creerse maravilloso", Rosanas repasa las principales prácticas que llevan al desastre empresarial. Algunas de ellas tienen su origen en teorías erróneas sobre el funcionamiento del mercado que permean en la clase directiva; otras tienen que ver con la falta de talla moral de los ejecutivos; pero todas comparten un denominador común: la falta de rigor profesional y de esfuerzo de los directivos que basan sus decisiones en recetas o modas.

"Las técnicas empresariales, para ser útiles, no pueden ser meramente mecánicas. Deben exigir del directivo un esfuerzo de análisis. Deben provocar un replanteamiento de ciertas cosas (que es en lo que consiste la mejora)", afirma Rosanas.

A diferencia de la mayoría de libros de management, que explican qué deben hacer los directivos para mejorar el rendimiento o el funcionamiento de las empresas, el volumen propone "diez recetas para destrozar la organización y creerse maravilloso y moderno". El decálogo, presentado en forma de capítulos independientes trufados de referencias a la historia y la literatura de la dirección de empresas, puede resumirse en tres "malas prácticas":
1) maltratar a las personas que forman su empresa tratándolas como cosas o animales (pagando mal, sin tenerles en cuenta, creando mal ambiente...);
2) hacer los mismo con los clientes y proveedores (abusando al máximo de los primeros y exprimiendo a los segundos); y,
3) apuntarse a todo lo que salga (modas, técnicas de gestión...) sin reflexionar sobre si ello encaja con la empresa en cuestión y/o la hace más competitiva.

Rosanas va más allá de la idea de que el error es la mejor manera de aprender para intentar convencernos de que el aprendizaje debe ser siempre una variante crucial en la dirección de empresas: "Al tomar una decisión, el aprendizaje que ésta introduce en las personas y en la propia organización debería ser siempre un criterio. El aprendizaje es uno de los intangibles cruciales para el futuro (...). Es el desarrolllo de la competencia distintiva, de lo que la empresa sabe hacer y los demás no. Y también es el desarrollo de la organización, del grado en el que las personas están unidas o están dispuestas a sacar adelante los objetivos comunes."

Este argumento, recurrente en toda la obra, se fundamenta en la idea de que las personas son la materia prima de las organizaciones y que en ellas radica su diferenciación. "Hoy más que nunca en el contexto de lo que se llama la 'Sociedad del Conocimiento', en la que es cada vez más obvio que los conocimientos y las actitudes de los empleados son la base de las rentabilidades altas y duraderas. El conocimiento generado en el interior de la empresa (y, por tanto, imposible de adquirir en el mercado) debe cuidarse y fomentarse", defiende Rosanas.

Sus teorías no se limitan a la reflexión filosófica sino que se fundamentan en una larga experiencia como profesor de gestión y control. Así se desprende de la lectura del primer capítulo de la obra, dedicado enteramente a cuestionar la contabilidad como única medida de la buena gestión empresarial. "El cálculo del beneficio está basado en un montón de supuestos, que no necesariamente están positivamente relacionados con tomar decisiones que redunden en un futuro prometedor para la empresa. (...) De hecho el beneficio tiene dos problemas. En primer lugar, el beneficio a corto plazo (un año suele ser lo más habitual) no es demasiado indicativo de lo que pueda ocurrir en el futuro. Se puede intentar aumentar el beneficio contable a partir del corto plazo, o el beneficio real a largo plazo. Por supuesto, cuando la teoría económica habla de maximizar el beneficio jamás se debe entender el beneficio contable a corto. Maximizar el beneficio contable hoy, para este ejercicio es casi siempre pan para hoy y hambre para mañana. No tiene sentido. Lo tiene, en cambio, maximizar el beneficio a largo plazo, pero eso no es medible de manera ni mínimamente objetiva ", se lee. Y es que, para Rosanas, la contabilidad es un lenguaje, una invención humana, creada para comunicar, aunque en ocasiones pueda utilizarse para mentir.

El autor también critica otras distorsiones en la gestión, tales como la producción regida sólo por la demanda, la flexibilidad laboral sin límites, el liderazgo mediático y distante, o la comparación permanente con el mercado. En definitiva, el libro es manifiesto contra "la cultura de la eficacia" a ultranza y un alegato a favor de una gestión de la empresa que tenga en cuenta que quienes llevan las cosas a la práctica son las personas y no los instrumentos.
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